Marina me dijo una vez que sólo recordamos lo que nunca sucedió. Pasaría una eternidad antes de que comprendiese esas palabras. (…) No sabía entonces que el océano del tiempo tarde o temprano nos devuelve les recuerdos que enterramos en él.
Todos tenemos un secreto encerrado bajo llave en el ático del alma. Éste es el mío.
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Mi amigo Oscar es uno de esos príncipes sin reino que corren por ahí esperando que los beses para transformarse en sapo. Lo entiende todo del revés, y por eso me gusta tanto. La gente que piensa que lo entiende todo a derechas hace las cosas a izquierdas, y eso, viniendo de una zurda, lo dice todo.
Me mira y se cree que no le veo. Imagina que me evaporaré si me toca y que, si no lo hace, se va a evaporar él. Me tiene en un pedestal tan alto que no sabe cómo subirse. Piensa que mis labios son la puerta al paraíso y no sabe que están envenenados. Yo soy tan cobarte que, por no perderle, no se lo digo. Finjo que no le veo y que sí, que me voy a evaporar…
Mi amigo Oscar es uno de esos príncipes que harían bien manteniéndose alejados de los cuentos y de las princesas que los habitan. No sabe que es el príncipe azul el que tiene que besar a la bella durimente para que despierte de su sueño eterno, pero eso es porque Oscar ignora que todos los cuentos son mentiras, aunque no todas las mentiras son cuentos. Los príncipes no son azules, y las duriementes, aunque sean bellas, nunca despiertan de su sueño.
Es el mejor amigo que nunca he tenido y, si algún día me tropiezo con Merlín, le daré las gracias por haberlo cruzado en mi camino.